Bueno, pues se acerca el fin de semana, y quiero compartir con vosotros un bonito cuento que me encontré por la red, me pareció tan bonito, que no puedo dejar de compartirlo con todos vosotros.
Solo sé que su autora se llama Natalia Montero y es de Madrid. Si esta chica, no se dedica a esto profesionalmente, no será porque no tenga talento, porque este cuento lo derrocha por todas partes. Espero que os guste y emocione tanto como a mi.
Alguien me contó una linda
historia acerca de las estrellas, sí, esas lucecillas traviesas que
adornan el cielo con un mágico manto de luz. No se sabe de nadie que
lograra contarlas todas; muchos lo intentaron, unos se durmieron, otros
tras perder la cuenta una y otra vez, desistieron y otros se quedaban
parados mirando lo bonitas que son y simplemente olvidaban lo de la
cuenta.
Pues
bien, me contaron que hace mucho tiempo hubo una persona llamada Job,
que vivía en un pueblecito muy chiquitín pero con una playa preciosa. Y
tanto le gustaban las estrellas que se pasaba las noches tirado en la
arena de la playa mirando y mirando nada más.
Una
de esas noches en la que el cielo estaba especialmente bello, vio como
una familia se sentaba no muy lejos de él a admirar también aquel
lindo espectáculo. Pero a Job no le gustó nada.
Desde
aquella noche, no dejó de pensar en aquello. Quería las estrellas sólo
para él, no soportaba la idea de tener que compartirlas con nadie,
entonces Job se sentó en una silla y se puso a pensar una solución.
Estuvo allí sentado mucho, mucho tiempo, le creció la barba y seguía
allí sentado. Comenzó a llover, entonces miró al cielo, se levantó de
la silla y empezó a caminar por las calles del pueblo, la lluvia iba
parando y al cruzar una calle se quedó mirando una alcantarilla que
tragaba el agua que corría por las calles, entonces sonrió
maliciosamente y corrió a su casa.
Rebuscó
por aquí y por allá, cogió una olla grande, un embudo, cuerda y hasta
un fuelle, lo metió todo en una carretilla y se encerró en el garaje.
Allí serró, cortó, atornillo, golpeó, volvió a cortar y así hasta que
por fin dio por terminado su extraño invento.
Se
trataba de un extraño artefacto, muy feo y difícil de describir, pero
del que Job parecía bastante satisfecho. Así cargó el “aparatejo” en
la carretilla y una vieja escalera y silbando recorrió el camino hacia
la playa.
Una
vez allí se sentó ceremonioso en la arena. Mientras se había hecho de
noche y las estrellas ya brillaban allí arriba. Ni corto ni perezoso,
bajó su invento y preparó la escalera, encendió una linterna y sin
pensárselo un momento se subió en todo lo alto cargado con su máquina.
Hizo girar una manivela y aquella cosa empezó a silbar la misma canción
que cantaba Job camino de la playa. Job dirigió el embudo de la
máquina hacia el cielo y como por arte de magia, todas las estrellas
del cielo se metieron dentro.
Aquello
no parecía pesar mucho porque Job metió sin problemas la máquina
cargada de estrellas dentro de la carretilla, que se removían dentro
pero no podían salir.
Job
llevó su tesoro a toda prisa al garaje de su casa y fue metiendo las
estrellas a puñaditos en unos tubos de cartón que cerraba con un
corcho, así pasó toda la noche hasta que hubo terminado su tarea.
Luego
se fue a dormir cansado pero orgulloso, nadie más que él vería las
estrellas o al menos eso se creía él. Se metió en la cama y se durmió,
como estaba tan cansado, durmió toda la noche y todo el día, volvió a
hacerse de noche y un estruendo tremendo despertó a Job de su sueño.
Salió de casa corriendo y se quedó allí parado con la boca abierta de
par en par.
Y
es que el espectáculo no era para menos, la puerta del garaje de Job
estaba más abierta que la boca de éste y por ella salían disparadas
hacia el cielo un montón de estrellas, todos aquellos tubos de cartón
llenos de estrellas bailaban por el suelo hasta que el corcho que los
tapaba salía disparado por los aires hacia el cielo haciendo un ruido
tremendo e iban todas explotando en colores, unas verdes, otras rojas,
azules y hasta moradas.
Todo
el pueblo, en pijama, se encontraba en la casa de Job mirando aquel
increíble espectáculo y aplaudían maravillados a cada explosión de
color, cuando todas las estrellas consiguieron llegar de nuevo al
cielo, brillaron aún más bellas que nunca. Pero Job no se rindió y
siguió intentándolo una y otra vez, incluso ahora seguirá intentándolo,
pero las estrellas siempre acaban escapando. Creo que vosotros lo
llamáis: Fuegos artificiales.
Cuento de Natalia Montero (Madrid)
Buen fin de semana!
Ohhhhhhhh, que cuento más chulooooo.... me ha encantado!!!
ResponderEliminarme alegra que te guste guapi!
Eliminar